Una legión de seiscientos circulando por las carreteras nacionales y miles de niños apoyados en pupitres de madera (o de formica) con el mapa de España colgado en la pared. Con ese paisaje de fondo nació hace 50 años la editorial Santillana, que pronto sería también una marca imborrable para los críos de aquella década... y de la siguiente, y de la siguiente. ¡Vacacioneees Santillanaaa! ¿Quién no tiene esa música en la cabeza?
La editorial arrancó con la ilusión de dar un impulso al país en el terreno educativo que le hiciera cruzar los Pirineos de una vez. "Se incorporaron, sobre todo, las maneras francesas de elaborar los libros de textos, que ya nunca tendrían que ver con la Enciclopedia Álvarez, única y tristona, con la que habían estudiado las generaciones anteriores", dice Enric Juan, director editorial de Santillana, que pertenece al Grupo PRISA, editor de EL PAÍS.
Un equipo, entonces reducido, de gente muy joven llegada desde órdenes religiosas y caladeros progres inició aquella andadura. Pepe Muñoz, que fue director general y editorial, recuerda una anécdota de entonces, cuando uno de los autores sugería una sencilla práctica escolar para estudiar el flujo sanguíneo: pincha a tu compañero en el brazo y comprueba de qué color es la sangre. "Menos mal que nos dimos cuenta y aquello no salió a la calle", se ríe todavía a carcajadas Muñoz, recién jubilado.
Aquellos libros de texto fueron precursores del cambio hacia la modernidad, pero también mensajeros de ella, en la medida en que llevaban a los profesores las nuevas tendencias pedagógicas y didácticas que se iban imponiendo en cada ley educativa: guías para los maestros, fichas para los alumnos. Por aquellos años, Santillana reunía a cientos de docentes, por ejemplo en la plaza de toros de un pueblo de Cuenca, para contarles de qué iba aquella revolución que supuso la Ley General de Educación de 1970, que llevó a las aulas la EGB, el BUP y el COU.
"En la exaltación máxima de las famosas fichas de trabajo, uno de nuestros autores les dijo a los maestros reunidos en aquella plaza: ¡Yo soy pacifista, pero pediría pena de muerte para los profesores que se nieguen a usar las fichas!". Muñoz se monda recordando aquel exceso al que le llevó el ánimo por los nuevos materiales didácticos al orador.
Con el tiempo, Santillana extendió su negocio por América y ha adaptado sus materiales escolares a las exigencias multimedia de actuales. "Pero nunca perdemos de vista que el libro de texto, de cualquier editorial, sigue siendo un producto que tiene detrás el trabajo de muchas personas, al que se dedica tiempo, creatividad, diálogo con los profesores, pedagogos, un riguroso y exhaustivo trabajo en equipo", recuerda Enric Juan. Y rápido, porque cuando se transfirieron las competencias educativas a las comunidades, algunos textos de Santillana adaptados a las culturas de cada autonomía llegaron antes que los programas educativos específicos.
Pero la vocación de la editorial se situaba más allá de las fronteras españolas. "A principios de los setenta, Santillana se plantea como objetivo ser la primera editorial del ámbito de la lengua española", explica su presidente, Emiliano Martínez. Para entonces ya habían abierto oficinas en Argentina y Chile. El último gran salto, más reciente, ha sido Brasil. "Costó una década consolidar la especialidad y las fórmulas editoriales, pero en los sesenta, cuando todavía éramos una pyme, ya teníamos la ambición y la vocación de trabajar en América", añade Martínez.
Los libros de texto tienen el olor inmarcesible de la infancia, cuando aterrizaban nuevecitos en casa, pasado el verano. Decir Santillana es decir escuela. Lo sabe bien Enric Juan: "Lo sentimental tiene un espacio importante en esta historia, porque los niños que estudiaron con estos libros quieren ahora algo parecido para sus hijos. Hay alma detrás de un libro de texto: está la educación de un país".
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